jueves, 12 de noviembre de 2009

Un largo camino de pocos logros

Desde que la humanidad decidió registrar los acontecimientos que ocurrían en su entorno el hombre como género se apropió de la tarea de documentar los eventos que según su criterio deberían ser recordados por las siguientes generaciones, y aunque la vida de las mujeres transcurría en el ámbito de lo privado no por eso era menos fecunda, sin embargo pocos se tomaron el tiempo de dejar por escrito lo que acontecía a ellas dentro de sus hogares, fuera de la crianza de los hijos, ya que la actuación de los hijos varones en la vida pública daba cuenta del éxito o fracaso en la conducción del hogar. La consecuencia es el desconocimiento de muchas actividades en que las mujeres desarrollaron sus habilidades o capacidades durante siglos; la gran mayoría ni siquiera se atrevía a pensar que además de las labores domésticas y del cuidado de los hijos cupiera la posibilidad de realizar alguna otra actividad, ya que todo su tiempo se consumía en ello, tampoco había lugar para cuestionarse sobre la cantidad de hijos, menos aun de si una mujer deseaba o no tener descendencia; la mujer por su capacidad biológica de engendrar debía de hacerlo, su función de preservar la especie no era puesta en duda por los hombres y generalmente, ni por las propias mujeres.
La vida “privada” de las mujeres fue y sigue siendo fecunda pero desconocida.
Los griegos, pese a su avanzado pensamiento democrático e igualitario, mantenían un régimen esclavista, hombres propiedad de otros para la realización de las labores del campo, primordialmente; la situación de las mujeres no era muy distinta, mujeres propiedad de los hombres para realizar las labores del hogar, para servir en el lecho conyugal, para cuidar de los muchos hijos y del esposo sin cuestionar jamás sus decisiones y su autoridad, usadas con el único objetivo de preservar la especie. En
La República Platón plantea la construcción de un régimen democrático ideal, en el que no tienen cabida las mujeres ya que son seres imperfectos cuyo único aporte a la sociedad es engendrar a los hijos de las nuevas generaciones, incluso su rol se ve disminuido al asignarles un papel secundario en la crianza, pasan a ser simples auxiliares en un proceso que queda en manos del estado, bajo la dirección masculina por supuesto. Una excepción fue la obra de Aristófanes, que en Lisistrata y en La Asamblea de las Mujeres critica la organización política y la economía de guerra de su tiempo a través de la voz de las mujeres, quienes obligan a los hombres a escucharlas mediante una huelga sexual, un gobierno donde su labor sea tomada en cuenta y que reproduzca la organización de los hogares son las propuestas para una vida en paz, la validez de estos planteamientos, a 24 siglos de distancia, fue evidente en el Lisistrata Project que se realizó en marzo del 2003 en 42 países como una manifestación femenina por la paz mundial.
Al correr de los siglos las condiciones de las mujeres mostraban alguna apertura o ninguna, de conformidad con los cambios de las sociedades y de los acontecimientos históricos, guerras, sequías, hambre, epidemias, enfermedades, territorios conquistados y pueblos subyugados. En algunas épocas se daban las condiciones para una mayor libertad en la vida pública de las mujeres y en el periodo siguiente se retrocedía aún más de lo que se había avanzado; a lo largo de la sangrienta historia de la humanidad las mujeres han servido como botín de guerra y como un medio de sojuzgar, someter y ofender al pueblo conquistado.

A partir de la revolución industrial empieza a ser notorio el trabajo de las mujeres, ya que a partir de este fenómeno económico-social se vieron obligadas a participar activamente de la vida pública en tanto que fue necesario llevar a casa, a la familia, el sustento diario, ante la creciente ausencia masculina por emigración, guerras o factores de recomposición social; la cada vez mayor demanda de servicios por parte de todos los sectores productivos requería más mano de obra y, entonces como ahora, la mano de obra femenina es más barata que la mano de obra masculina, aunque ésta no esté calificada. Es así como las mujeres conocen un ámbito que hasta entonces les había sido vedado: el trabajo fuera de casa, la relación con otras personas fuera del ámbito familiar, lejos de la “protección” del padre o del marido, lejos también de los hijos; conocen además la remuneración económica que obtienen mediante su trabajo y que les permite adquirir directamente los bienes necesarios para su bienestar y el de los suyos, sin necesidad de aprobación ni de la participación de un hombre y sin que la sociedad tuviera tiempo de cuestionar esta necesaria irrupción en la vida pública. Al priorizar las necesidades de producción la emancipación femenina fue una “consecuencia inevitable”, el paso se había dado y retroceder no se consideró como una opción para las que pudieron elegir.
Es en esa época en la que aparece el primer manifiesto por la igualdad femenina, en 1792 se publica la
Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstoncraft, en el mismo país donde había surgido la revolución industrial; el documento considera que las mujeres no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que tan sólo puede parecerlo debido a que no han tenido acceso a la educación apropiada, por lo tanto tampoco es natural que se encuentren subordinadas a sus maridos; hombres y mujeres deben ser tratados como seres racionales. Este tratado tuvo muy poco interés por parte de los pensadores de la época, la mayoría hombres y no encontró mayor eco en las mujeres, debido esencialmente a la poca educación de la mayoría y a las dificultades para acceder a la información desde sus casas o desde sus precarios puestos laborales. Sin embargo la semilla estaba sembrada, este importante tratado es el antecedente directo de los movimientos feministas.
Durante todo el siglo XIX diversos grupos de mujeres trabajaron en todo el mundo para lograr el reconocimiento de sus derechos civiles y políticos mediante el sufragio, pero fue hasta la primera mitad del siglo XX que la mayoría de los países del orbe deciden dar cauce legal a la demanda que se incrementaba día a día; el esfuerzo de miles de sufragistas, y de los pocos hombres que las apoyaron, fue el primer paso hacía el reconocimiento de la igualdad de derechos de hombres y mujeres ante la ley en México y en el mundo. Es hasta 1953 cuando se consigue en nuestro país el derecho de las mujeres a votar; para decidir sobre quien encabezará la defensa de sus derechos y la cobertura de sus necesidades se establece también el derecho a ser votadas, a ser elegidas como voceras de las necesidades de quienes las han elegido.
Una vez reconocido legalmente el derecho a ejercer el voto por parte de las mujeres, la difusión a lo largo y ancho del territorio nacional fue lenta, en las grandes ciudades esta legislación fue conocida y ejercida con mayor prontitud que en los territorios apartados, donde a la dificultad de divulgación es menester sumar la alta tasa de analfabetismo, particularmente en la comunidad femenina, y los usos y costumbres que establecían al hombre como vocero y representante de “su” mujer ante los asuntos de la vida publica, como el derecho al voto; el camino para que todas y cada una de las mexicanas comprenda este derecho ha sido lento y también lento su ejercicio.
Virginia Woolf, escritora británica, escribe en 1929 la novela
Una habitación propia, en la cual plantea una pregunta ante un gran vacío de publicaciones de mujeres, y desde su perspectiva de escritora, ¿Qué es lo que necesitan las mujeres para escribir buenas novelas?, la respuesta es: independencia económica y personal, es decir una habitación propia. Virginia fue el ejemplo, el espacio propio es necesario no sólo para escribir buenas novelas sino también para el desarrollo de cualquiera actividad que emprendamos las mujeres, es también una de las referencias obligadas en la lucha que mantenemos por la obtención del reconocimiento de nuestros derechos.
En la primera década del siglo XX nace una de las filósofas y feministas que con su obra han delineado la columna vertebral de la lucha por los derechos de las mujeres y del reconocimiento de la igualdad, Simone de Beauvoir, en todo su trabajo se palpa un constante cuestionamiento al estado de las cosas con respecto a la situación de las mujeres,
El segundo sexo es un ensayo que plantea que la condición femenina no está determinada por el hecho biológico de haber nacido mujer, es la construcción social y cultural la que determina la condición femenina, es decir la educación y la socialización es lo que va construyendo a las mujeres, Simone llega a la conclusión de que “no se nace mujer, se llega a serlo”.
A partir de los años treinta del siglo veinte las mujeres empiezan a obtener espacios de participación, una larga lucha que a pesar de la distancia apenas empieza. A partir de los cambios sociales de los años sesenta y setenta ha habido una apertura gradual para las mujeres que contaban con un respaldo académico, las mujeres afortunadas que por sus condiciones sociales y económicas tuvieron acceso a la educación superior, donde también se les vio como bichos raros por ser minoría, el “feminismo ilustrado” fue ocupando poco a poco puestos de mayor importancia en la vida pública, en el sistema político, en la iniciativa privada, en la ciencia, en el arte, en el desarrollo económico, siempre bajo las reglas y condiciones de un mundo organizado por y para lo hombres, pero este avance en la igualdad, que además se debía a esfuerzos individuales, comenzó a frenarse e incluso a entrar en franca regresión a partir del endurecimiento de la competencia dentro del mercado laboral como consecuencia directa de las políticas neoliberales iniciadas hace ya cuatro sexenios.
La aparición en el mercado comercial de la píldora anticonceptiva en los años sesenta otorgaba a las mujeres un relativo poder sobre decisiones que conciernen a su cuerpo y a su vida, a partir de entonces podemos plantearnos un proyecto de vida, que incluya hijos o no. Poco a poco también llegamos a la conclusión de que el tener hijos es una opción más y no la única manera de llegar a ser mujer, la discusión entonces se dio en torno a la posibilidad de decidir el tener o no tener hijos, en caso afirmativo cuántos hijos tener y qué periodo entre un hijo y otro, con el argumento de que era un asunto que se tenía que discutir en familia, nuevamente los hombres se apropiaron la toma de decisiones sobre el cuerpo de las mujeres.

En pleno siglo veintiuno basta echar un vistazo al conglomerado social para darnos cuenta de las distintas realidades que se viven en México, de las marcadas diferencias que hoy en día puede vivir una mujer, mientras las jóvenes estudiantes tienen acceso a información a través de la Internet en las ciudades, en las zonas rurales otras jóvenes de la misma edad tienen que caminar una o dos horas para llegar a la telesecundaria, cansadas de su trabajo en la casa y en el campo y en la mayoría de los casos mal alimentadas; una empleada de maquiladora que a duras penas pudo concluir la primaria tiene que luchar diariamente contra el acoso sexual por parte de sus jefes inmediatos, además de tener que salir a trabajar con todo el miedo de ser una más en la estadística de muertes de mujeres al llegar la noche, o vive con la frustración latente de no poder huir del “hogar” donde el machismo circundante la ahoga, basta hojear la sección policíaca de cualquier periódico para darse cuenta del incremento alarmante de violencia hacia las mujeres y las niñas dentro del ámbito doméstico.
Una sorpresa para todos y para todas fue la voz de las mujeres indígenas de Chiapas, quienes hace quince años, al inicio del levantamiento armado del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional el 1º de enero de 1994, pusieron en todas las mesas de discusión del país sus condiciones de vida, en esa misma fecha publicaron en el órgano informativo del movimiento insurgente, “El despertador mexicano”, la primera
Ley Revolucionaria de las Mujeres Zapatistas, poniendo en palabras muy claras el racismo latente en el inconsciente colectivo de los mexicanos gestado desde la época de la colonia, las mujeres zapatistas ponen el dedo en la llaga al decir que en México ser indígena es ser un ciudadano de ínfima categoría, pero ser indígena y ser mujer es peor aún: “La verdad me costaba mucho, los hombres no entendían, aunque yo siempre les explicaba que es necesario luchar para que no todo el tiempo estemos muriendo de hambre. A los hombres no les convenía, según los hombres la mujer solo sirve de tener hijos y deben cuidarlos y mantener a los animales que están en la casa. Y también hay mujeres que eso ya lo tienen metido en la cabeza. Entonces yo no les gustaba, algunos hombres decían que eso no está bien, que las mujeres no tienen derecho de participar, que la mujer es una tonta. A veces algunas mujeres dicen -yo no sé nada-, -yo soy tonta…- Yo siempre enfrenté eso, les explicaba que no es cierto, que sí somos mujeres pero sí podemos hacer otros trabajos. Entonces así poco a poco entendieron los hombres y las mujeres también, por eso ahora están luchando las mujeres, por eso ustedes saben que aquí en nuestra lucha no nada más los hombres están luchando, sino que estamos luchando juntos. Nosotras tenemos que luchar más porque estamos triplemente despreciadas: como indígena, como mujer y como pobre. Pero las mujeres que no son indígenas también sufren, por eso las vamos a invitar a todas a que luchen para que ya no sigamos sufriendo” declaró la comandanta Esther a Guiomar Rovira Sancho en una extensa entrevista cuatro días antes de que se iniciara la Marcha del Color de la Tierra en febrero del 2001.
Irrumpen en los medios de comunicación las mujeres indígenas, las más despreciadas de los despreciados en este país y nos recuerdan que pese a los “logros alcanzados” por los movimientos feministas, nosotras las mujeres mestizas, criadas y educadas en las ciudades, también sufrimos discriminación, maltrato, violencia, explotación, dentro y fuera del hogar, que nuestras condiciones de vida no difieren mucho, salvo el hecho de que a ellas no les ha quedado ninguna otra opción que la de tomar las armas y defender su vida y sus derechos mediante el levantamiento armado y la resistencia. En ese contexto la lucha de las mujeres indígenas, organizadas, conscientes, solidarias, fue un llamado de alerta para todas las mujeres, ellas, las combatientes indígenas, hace catorce años hicieron una propuesta, tendieron una mano que sigue ahí... tendida.
Después de la sacudida que provocaron en nuestras conciencias no ha pasado nada, realmente nada, no hemos estado a la altura de la entrega que ellas han mostrado durante este tiempo, los
Acuerdos de San Andrés siguen esperando el respaldo social para su aprobación y los políticos siguen evitando el tema e ignorando a las mujeres zapatistas.
Estamos finalizando la primera década del siglo XXI y al hacer un recuento de los logros, con infinita tristeza vemos que la lista más larga es la de lo no alcanzado, no hemos logrado que se respete el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo, no hemos logrado que se aclare o que se detenga la escalada de violencia hacia las mujeres en Ciudad Juárez, peor aun, este fenómeno se esta extendiendo a otras ciudades del país, no vemos mejora sustancial en las políticas públicas con respecto a la salud, educación, bienestar, para las mujeres y sus hijos, no hemos logrado mayores espacios en la vida política del país.
El asunto de la despenalización de la interrupción del embarazo que tantas cuartillas ha generado en los últimos meses, nos remite al origen de la discusión, independientemente de lo que cada una de las religiones establezca para sus seguidoras, tanto el estado como la iglesia consideran a la mujer un ser humano no apto para tomar decisiones sobre su propio cuerpo, como si este no le perteneciera, le pertenece entonces a los líderes religiosos que amenazan con el infierno y la condenación eterna, y a los legisladores y procuradores de justicia que amenazan con la privación de la libertad y de los derechos civiles de las mujeres que se atrevan a decidir interrumpir su propio embarazo, por la razón que una mujer considere, ya que diversidad de razones existe en tanto existe diversidad de mujeres y de condiciones de vida, una vez más la sociedad patriarcal intenta marginar y acallar las voces de las que se atreven a demandar políticas de salud dignas para las mujeres que, faltas de recursos económicos y herramientas académicas, tienen que tomar la decisión de practicarse una intervención que interrumpa un embarazo no deseado o no planeado y ponga su vida en riesgo al realizarlo en condiciones de insalubridad.
El Gobierno del Distrito Federal legalizó la despenalización de la interrupción del embarazo. Con esta medida se puso fin a una forma de discriminación en contra de las mujeres que viven en la capital del país, sobre todo en contra de las mujeres pobres. Corresponde a cada mujer decidir sobre su propio cuerpo, decidir si desea o no tener uno o más hijos. La aprobación de esta ley es un avance importante en la lucha por los derechos de las mujeres, la polémica continuará durante los próximos años, cada uno de los treinta y un estados de la república en el mediano plazo se verán confrontados ante la presión de las legisladoras (por supuesto no por las de los partidos conservadores) y de la sociedad civil, mientras la federación se inclina peligrosamente a una derecha extrema, con la cual será mucho más difícil el diálogo y la negociación ante su postura histórica de desprecio a las necesidades de las mujeres.
La instauración del 8 de marzo como el
Día Internacional de la Mujer o el 28 de septiembre como un día para recordar la lucha por la despenalización del aborto en América Latina y el Caribe o el 25 de noviembre como Día Internacional de la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres y las Niñas, nos da una idea de la situación de indefensión en la que se encuentra más de la mitad de la población mundial, precisamente la mitad que aun se encarga de la formación de las nuevas generaciones; por ello, resulta alarmante el incremento de violencia hacia las mujeres y las niñas.
La violencia que vivimos cotidianamente las mujeres es sistematizada, generalizada y aceptada por todo el conglomerado social, estaba desde antes que naciéramos y permanece con nosotras toda la vida, hasta que decidamos que ya no la queremos; algunas ni nos hemos dado cuenta que esto ocurre por que así es desde que tuvimos uso de razón, así vemos que es en la casa de enfrente, así lo narran los cuentos de hadas y princesas, así hemos permitido que se establezca. Nuevamente en el Distrito Federal se discutió y se aprobó, no sin oposición y descalificaciones, la
Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, garantizando mediante políticas públicas una vida digna y segura para las mujeres. Conociéndola, difundiéndola y sobre todo ejerciéndola, garantizaremos que no se convierta en letra muerta y que replicas o leyes similares sean aprobadas en todos los estados del país.
Los gobiernos hablan del gran esfuerzo que consideran estar realizando para mejorar las condiciones de vida de las mujeres, sin embargo la marginación que sufren las mujeres en las zonas rurales y zonas conurbadas sigue siendo una constante. La burocracia que consume recursos estatales para la supuesta atención y resolución de estos problemas, se dedica a dar a conocer estudios, estadísticas y análisis, sin que estos lleguen a ser comprendidos cabalmente por la población a la que van dirigidas, los diagnósticos son necesarios como referencia para la búsqueda de soluciones, no como un fin en sí; la misma población en su diario transcurrir se da cuenta de la permanencia de los problemas y de que no existen posibilidades reales de una mejora trascendente en la vidas de las mujeres y las niñas, en la vida cotidiana de sus comunidades, en las condiciones de subsistencia que afrontan, los porcentajes de los logros que mencionan en los discursos no son percibidos en las calles. Falta de servicios sanitarios y de salud, de educación de calidad, de trabajo dignamente remunerado, de atención y apoyo a madres solteras, a madres trabajadoras, a jefas de familia que han tenido que asumir ese rol como resultado de la migración.
La tremenda desigualdad existente en los puestos de toma de decisiones reflejan la poca atención que se presta a los asuntos de las mujeres por parte de los legisladores y legisladoras. En el Congreso del Estado de Veracruz de 50 diputados locales, independientemente del partido por el cual han llegado a su curul, únicamente 10 son mujeres es decir el 20%; en el Honorable Congreso de la Unión las cosas no son muy diferentes de 500 diputados 115 son mujeres, aquí el porcentaje es de 23%; en el Senado de la República de 128 senadores 23 son mujeres, el porcentaje es de 18%. Las mujeres que por sus trabajos personales han llegado a ocupar un puesto público y aceptan tácitamente su incursión en un mundo organizado por los hombres, se ven obligadas a utilizar los mismos métodos de trabajo, aun para llevar al pleno del salón de sesiones una iniciativa de ley que incida en las políticas publicas dirigidas a las mujeres, y saben también que serán el blanco de ataques y de burlas de conservadores y reaccionarios (entre los cuales desgraciadamente también existe un buen número de mujeres), para los cuales estos temas no tienen mayor importancia; por otro lado las mujeres que en algún momento de nuestra vida hemos decidido otorgarle nuestro voto a otra mujer no tenemos ninguna garantía de que ésta, una vez asumido el cargo, tenga claridad de las necesidades de las mujeres en cada una de las realidades de nuestro país. Tras diez mil años de civilización documentada la agenda política la siguen dictando los varones.

La realidad rebasa nuestros deseos, nuestros sueños de equidad y de justicia se ven empañados ante los acontecimientos diarios.-
Mujeres que de acuerdo a la religión católica son feligreses de segunda o que de acuerdo con el Islam son propiedad de su padre y él y solo él, sin tomar en cuenta la opinión de la madre que la dio a luz, decide mutilar a sus hijas mediante la ablación con el único fin de negarles el derecho al placer y al goce de las relaciones sexuales, cortando, en la mayoría de las veces en malas condiciones sanitarias, desde labios menores, clítoris y labios mayores, dejando un abertura apenas suficiente para la salida de la orina y la sangre menstrual, en un acto de barbarie realizado en nombre de la “fe”. Después vivirán cubiertas desde el cabello hasta el tobillo, sin dejar vislumbrar su rostro y en algunos casos ni los ojos, únicamente pueden ser vistas por sus maridos, sus “dueños”, sin los cuales no pueden salir a la calle de paseo o de compras, eso es lo que Dios manda, según los ministros religiosos, hombres, por supuesto. También en el mundo del Islam hay sus excepciones, pero son las menos y el precio es muy alto, el estigma, la marginación y el señalamiento de la sociedad hacía las mujeres con ambiciones legítimas es una constante en los países musulmanes.
La iglesia católica como institución que vela por el bienestar de sus devotos tampoco ha sido de gran ayuda en la lucha por la equidad y el respeto a los derechos de las mujeres, la prohibición del uso de la píldora anticonceptiva como método de planificación familiar, del uso del condón ya sea femenino o masculino como método para evitar el contagio infecciones de transmisión sexual, su postura en torno a la interrupción del embarazo, su postura ante los derechos de homosexuales y lesbianas, ante la legitimación de las sociedades de convivencia, la protección que brinda la jerarquía religiosa a curas pederastas, entre muchas otras expresiones de autoritarismo irracional, nos da una clara idea de su desprecio por los fieles, especialmente por mujeres y niños. Existen grupos al interior que también disienten, un claro ejemplo de trabajo es
Católicas por el derecho a decidir, cuestionando y documentando la realidad de la comunidad católica en diversos países, reclamando sus derechos humanos y su derecho a vivir la fe con una visión de género.
Carlos Briceño, obispo auxiliar de la ciudad de México, en sus declaraciones de la última semana del 2007, evidenció una vez más la postura del la iglesia católica en temas como la interrupción del embarazo y la equidad de género, sobre la familia argumentó: “fundamentan la relación de pareja sólo en un momento de deseo, sin compromisos y sin estabilidad, matando de antemano la posibilidad de crear familias integradas y estables”. Sobre el poder económico dijo: “se levanta como un nuevo Herodes, destruyendo vidas inocentes, en algunos casos antes de nacer (sic), en otros no dando a los niños la posibilidad de desarrollarse; también afecta a los padres, pues les niega la posibilidad de obtener un empleo digno, teniendo que separarse de la familia y emigrar a grandes ciudades o al norte para poder sacar adelante a la familia”. Indicó que “Herodes se presenta en la mentalidad de muchas mujeres que desprecian o minusvaloran su papel de amas de casa y abandonan el cuidado de una familia en aras de una vida de más confort y de una realización personal al margen del esposo y los hijos”, cuánta labor de mujeres y hombres por la igualdad es despreciada por este señor que además no tiene experiencia alguna en cuestiones familiares, la mayoría de las mujeres que estos momentos trabajan fuera del hogar lo hacen a falta de otras opciones, con toda la culpa y el remordimiento que conlleva dejar a sus hijos, en el mejor de los casos, en una guardería o al cuidado de algún familiar, cuando no al cuidado de ellos mismos.
La creciente voracidad de los corporativos internacionales en su afán de conseguir más y más utilidades a costa de la explotación de los trabajadores, está rayando en la locura, una sociedad en la que el único valor y objetivo es el dinero, condiciona desde la más tierna infancia las necesidades y los gustos de las nuevas generaciones, las niñas de principios de este siglo sólo quieren artículos de princesas, vestidos, teléfonos celulares, adornos para el pelo, ropa interior, películas, canciones, etc. En el mercado se puede encontrar cualquier artículo, la mayoría innecesarios, adornos banales y costosos, esa es la imagen con la que pretenden que las niñas en todos y cada uno de los rincones del mundo se identifiquen, muñecas de cuerpos peligrosamente esbeltos, pieles blancas en su mayoría (un pequeño porcentaje de las muñecas son morenas, negras o amarillas no por respeto a la diversidad sino para que las niñas de todo el orbe se identifiquen con mayor facilidad), cabellos rubios, características físicas que la mayoría de las mujeres serán incapaces de alcanzar por que los genes todavía no se compran en el supermercado, y a partir de ahí una interminable lista de productos que prometen a la compradora que la harán lucir como la modelo de televisión, para ser aceptada y amada. El gran propósito es “producir” generaciones y generaciones de mujeres condicionadas a consumir, a encontrar siempre su imagen imperfecta y a necesitar siempre adquirir los artilugios que nunca la llevarán a lucir como el estereotipo que promociona los productos, la insatisfacción como forma de control.
Los cuentos de hadas, historias de tradición oral recopilados por los hermanos Grim, por Charles Perrault, por Hans Christhian Andersen, han sido obscenamente manipulados por los emporios de divertimento infantil hasta llegar a moldear un carácter sumiso y falto de cuestionamiento en las niñas, las princesas en pantalla son puestas a resguardo por su custodio, su dueño, es decir al primero al que pertenece una niña al nacer, a su padre (si es que aparece la madre, esta no puede tomar ninguna decisión sobre el bienestar de su hija, ni siquiera en Shrek), quien la resguarda del mal que existe a su alrededor colocándola en la torre más alta, o bien es abandonada a su suerte al morir su progenitor y obligada a trabajar sin descanso para sus dueños, quienes además de explotarla la mantienen en la ignorancia evitando el contacto con el mundo exterior, se casan con el primer hombre que las “rescata” mediante un beso, en la película siempre resulta ser un príncipe; lo que tramposamente evitan comunicar es que las niñas no son princesas y que no existen los príncipes azules. Lo que si existe es la confabulación de los grandes corporativos productores de un sin fin de artículos y servicios, para generar mano de obra barata, siempre insatisfecha, consumidora y adoctrinada.
En su libro
Mujeres que corren con los lobos Clarissa Pinkola propone una nueva lectura de los cuentos infantiles de hadas, además de hacer una seria investigación sobre las variantes de cada uno de los cuentos en distintas regiones de Europa y de algunas historias tradicionales de América Latina, donde el final feliz que vemos en las películas no es siempre posible y en el caso de que así sea, cada cual de los que hicieron el bien o el mal reciben su recompensa o castigo, pero también las protagonistas de las historias deciden sus destinos de acuerdo a sus circunstancias y no son las circunstancias quienes deciden por ellas, lamentablemente los cuentos de Clarissa Pinkola no llegan de forma masiva a las salas de cine.

Las políticas neoliberales que se están aplicando en todas partes del mundo, de las que forma parte la explotación generalizada de la mano de obra, repercuten mayormente en la población femenina. La toma del poder por parte de uno de los sectores más conservadores de la derecha en los Estados Unidos de Norteamérica, país de donde emanan estas políticas y las directrices a seguir por todo aquel que no desee enemistarse con el imperio y arriesgarse a una intervención violenta, está obligando a las mujeres a defenderse, a proteger los espacios que se han ganado a lo largo de los años o replegarse y regresar a la sumisión dictada por una sociedad patriarcal donde quienes deciden son los hombres, un ejemplo es la exclusión que se realiza desde el Banco Mundial y el Plan de Emergencia para el alivio del Sida (PEFPAR por sus siglas en inglés) hacía todas las organizaciones no gubernamentales que promuevan el uso del condón como método de prevención de infecciones de transmisión sexual, los únicos apoyos otorgados en los últimos dos años fueron a ongs vinculadas a grupos conservadores que promueven la abstinencia como única forma de control, según denunció en agosto del 2007 el Programa de Política Social de la Universidad de Oxford.
Pero las cosas no son muy diferentes al interior de la sociedad, hoy día seguimos escuchando entre las familias, con instrucción o sin ella, refranes cargados de “valores” que evidencian el desprecio a la vida de las mujeres, todavía las abuelas se ponen más eufóricas ante la llegada de un nieto varón que de una niña, argumentando que los niños son más felices y tienen menos obstáculos en su vida, reflejo de lo que a ellas les tocó vivir, pero reflejo también de que no hemos trabajado como sociedad en la conformación de un mundo en donde las mujeres sean apreciadas, valoradas y protegidas ya no por su condición de mujeres sino por el hecho de ser seres humanos.
Todavía es una realidad en este 2008 que cualquier sujeto en la calle se considera con el derecho de lanzar insultos disfrazados de piropos a cualquier mujer que pase cerca de él, sin importar si la mujer es diputada, secretaria, ama de casa, activista, etc., no importa la forma en la que va vestida o su forma de caminar, o el transporte que utilice, los albañiles, los obreros, los académicos, los políticos, los oficinistas se sienten con la libertad de insinuarse, ofender y hasta establecer contacto sin el consentimiento de las mujeres por el simple hecho de que nacieron hombres y de que nuestra sociedad les ha permitido detentar el poder de controlar a las mujeres. El incremento en las denuncias por acoso sexual en los trabajos no representa la realidad del problema, las mujeres continúan consiguiendo puestos de menor jerarquía que los varones, la necesidad de contar con un empleo que signifique sustento para la familia inhibe la cultura de la denuncia, las mujeres temen más acoso o la perdida del empleo al encontrarse subordinadas laboralmente a los hombres.
Pareciera que el pensamiento de Simone de Beauvoir esta siendo rebasado por la realidad actual, ella planteaba que la mujer no nace se hace, se va construyendo de acuerdo a la educación, a la cultura y a la sociedad imperante en una época y en un espacio determinado. Con la globalización el alcance de la información se ha multiplicado exponencialmente, llega por medio de la televisión o de la Internet hasta el municipio más apartado de la República Mexicana, y es la misma que llega a Centro América o a Medio Oriente o a Sudáfrica, hace que las niñas y las mujeres estén influenciadas no solamente por lo que dicta su comunidad sino por lo que establecen los patrones de conducta que son inoculados en mayor medida por la televisión, y un poco menos por la red (en la medida en que está al alcance de menos personas y de que existe en ella la posibilidad de respuesta, lo cual está siendo aprovechado por grupos alternativos); los estereotipos a seguir que muestra la pantalla se van homologando, los juguetes con los que juegan niños y niñas de todo el orbe se han ido pareciendo cada vez más, como si no hubiera diferencia entre los deseos de una niña y otra a miles de kilómetros de distancia, como si no existieran clara diferencias entre las necesidades de las mujeres de diferentes países, de diferentes culturas, de diferentes formas de vida, anhelos y preferencias. Nuestra capacidad de elegir está mucho más allá de la “gracia” que nos otorgan para seleccionar entre dos o tres marcas de cosméticos, nuestra libertad no debemos desperdiciarla en decidir entre diferentes formas de sumisión; es largo el camino que nos queda por recorrer.


Bibliografía
Aristófanes. (1981) Teatro completo, segunda edición, Ediciones Ateneo.
Castellanos Rosario. (1987) El eterno femenino, quinta reimpresión, Fondo de Cultura Económica.
Católicas por el derecho a decidir, revista, Actitudes católicas hacia el comportamiento sexual y la salud reproductiva, 2004.
De Beauvoir Simone. (1981) El segundo sexo, editorial La Pléyade.
Debate Feminista, revista semestral, año 12, vol. 24, octubre 2001.
Faludi Susan. (1992) La guerra contra las mujeres, primera reimpresión, editorial Planeta.
Fauziya Kassindja y Layli Millar Bashir. (1999) ¿Nos oyen cuando lloramos?, Plaza y Janés.
Pinkola Estés Clarissa. (2001) Mujeres que corren con los lobos, tercera edición, Punto de lectura.
Shlain Leonard. (2000) El alfabeto contra la diosa, primera edición, editorial Debate.
Wollstonecraft Mary. (1998) Vindicación de los derechos de la mujer, editorial Debate.

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